jueves, 12 de noviembre de 2009

Teorizando la Anarquia

¿Para qué sirve la filosofía?*
Una respuesta anarquista


Sebastián Endara**


“En la carrera de la filosofía gana aquel que puede correr más despacio o aquel que alcanza al último la meta”

L. Wittgenstein

Nos convoca una de las preguntas de mayor significación para la filosofía, tratar de averiguar si sirve o no sirve (la filosofía) para algo. La pregunta de si la filosofía sirve o no, puede resultar, a primera vista, de la mayor superfluidad. Ello dependerá de qué supongamos que es la filosofía o de si sus usos y resultados se corresponden a los usos de la sociedad, sobre todo en este punto de la historia, donde los usos y significados de cualquier acción humana deben poseer un sentido productivo, en los términos que dicta el capital.

Dentro de los esquemas de una sociedad obsesionada por el incremento infinito de la productividad, evidentemente, no tiene sentido hablar de algo que no tiene una correlación palpable con los usufructos económicos o los beneficios estrictamente materiales. Esta es, muy probablemente, una de las razones por las que en Ecuador existe una carencia profunda de espacios de desarrollo del pensamiento filosófico, o de que existan, en países como México, proyectos de ley que pretenden eliminar la filosofía de las asignaturas a nivel de secundaria.

Por otro lado, podría ser que no exista ningún trauma si se elimina la materia “filosofía”, si consideramos la forma como la filosofía ha sido enfocada en los distintos colegios y universidades. Casi para nadie es desconocida esa forma memorística de educación, esa absurda manera de tratar a los estudiantes como torpes a los que hay que culturizar con las ideas verdaderas, enviando una tarea, repitiendo incansablemente los nombres de sabios famosos, o en el mejor de los casos, obligando a leer un texto para luego someter al estudiante a pruebas escritas como mecanismo para asignar las calificaciones, y todo ello en los peores horarios de estudio y en el más infeliz aislamiento de la vida real. No es casual, digo, que en nuestro medio la filosofía sea tan impopular e inútil.

Lamentablemente, nuestros sistemas educativos se han preocupado más por el cumplimiento de un rango técnico de formación –muy probablemente dirigido al robustecimiento del mercado industrial-, que del fomento del pensamiento y la creación de nuevos modos de organización colectiva y de comprensión de la vida.

La Filosofía entendida como el soporte sobre el que descansa la edificación de la sociedad entera, no es una tarea inútil sino una acción extremadamente peligrosa, su inutilización es una condición necesaria del poder que no admite argumentos que desestabilicen su sistema de funcionamiento o su orden. Y si el sistema actual permite en alguna medida la existencia de la filosofía, la restringe al espacio de los sueños y la consecuente anulación en la utopía condenada a desaparecer, tarde o temprano, por su no existencia.

La Filosofía entendida como el soporte sobre el que descansa la estructura vital de cada ser humano ha sido reemplazada por una filosofía de la empresa, una filosofía de los objetos y la industria. La filosofía ha sido caricaturizada como un juego en donde los expertos hablan con desdeño del mundo de los simples mortales, al extremo de olvidar su propia circunstancia existencial para convertirse en férreos defensores de un rol que les asigna cierto estatus o posición social, pero también cierto grado de servidumbre.

La Filosofía entendida como el soporte sobre el que descasa la proyección y posibilidad de la acción individual y colectiva, la creación de otros modos de enfrentar el pequeño tiempo que se tiene sobre la tierra, ha sido sistemáticamente eliminada por el miedo que incapacita para la libertad y el libre pensamiento. El miedo que impide la responsabilidad de los actos y el goce de los anhelos.

La filosofía entendida como la indagación en las profundidades del propio universo y de aquella razón o sentido que nos constituye como seres humanos como animales con cierto tipo de dinámica grupal y con la capacidad de idear –sin que necesariamente se llegue al encuentro de fórmulas exactas-, ha sido soslayada por la hegemonía de los dogmas religiosos, tecnológicos y políticos que han encontrado en la expansión metódica de sus verdades, el fundamento de todo lo pensable, menospreciando el pensamiento distinto y masificando los criterios, al punto del aturdimiento grupal.

La filosofía como la precondición de toda composición ética dirigida hacia la vida mejor, hacia el verdadero desarrollo del individuo y de los pueblos se ha oscurecido hasta el punto de que el progreso solo puede ser admitido en los términos de la involución absurda que implica el maltrato entre los seres humanos y de estos con el medio ambiente que habitamos y destruimos sin que nos importe mucho.

La filosofía como esa maravillosa estrategia que nos ensaña a sentir, ha sido ridiculizada por la ilusión del consumismo despiadado, de un estilo de vida que promete eliminar las carencias estructurales que hacen posible la frustración y la tristeza, la angustia de sabernos abandonados en un sistema que no controlamos y que sin embargo se legitima en el letargo de las masas y en la introyección de la apatía, que cada uno arrastra en la ardua y triste forma de ganarse el sustento.

La Filosofía ganada solamente a través de la experiencia, a través de poner la propia carne, de arriesgarse a las caricias y los golpes del propio sendero vital, se ha convertido en un modo discursivo estéril y absolutamente retardatario.

¿Sirve para algo la filosofía? Desde el punto de vista libertario esta pregunta nos obliga a plantearnos el significado de la utilidad de la filosofía dentro de un sistema inútil para las prioridades que debiera tener un ser humano entrado hace mucho en su mayoría de edad. ¿Qué sentido tiene que el pensamiento indague, busque o cree los argumentos que le permitan obtener alguna legitimidad o consistencia frente a un modo de vida que no tiene asidero en el acto de reflexión sino en el acto de la obediencia y la eficiencia en la obediencia. Ese es el norte del sistema que demanda que el pensamiento mismo se ponga al servicio de sus falsos postulados. Desde el punto de vista libertario y del libre pensamiento no importa mucho que la filosofía descubra que no sirve en tal sistema y que su utilidad real, muy probablemente, este al servicio de su permanente impugnación y superación, - no importa recalco-, si la filosofía se convierte en una nueva bandera de la opresión y oscurantismo.

Esa es la impresionante labor del pensamiento; la libertad y la común-unicación de millones de posibilidades de articular la aventura del ser, y si el ser es una aventura, la filosofía es el arte de la experiencia y por tanto el arte de la vida que anticipa y revela en la verbalización universal, el acto particular de la vivencia, del reconocimiento de la diversidad, pero al mismo tiempo de la fatal finitud.

Demás está decir que si existe filosofía en nuestro tiempo, es una filosofía en rigor contra-cultural y contra-política, que no se asienta en la violencia pero que responde firmemente a las seducciones del poder, al capricho de la opinión pública y a la represión de los mensajes y la propaganda de la alienación. El pensamiento libre, el pensamiento libertario, anarquista, ateo, no pretende el desorden y el caos. Muy por el contrario, el librepensamiento busca la paz y armonía que no están basadas ni en la violencia, ni en la argumentación idealista del poder, sino en los productos de una acción razonable y consistente – digamos ética-, del ser humano, en la resolución de su vida colectiva, aunque ello implique la subversión.


* Ponencia presentada en el “Segundo Congreso Intercolegial de Filosofía”, organizado por la Revista de filosofía Sophia www.revistasophia.com, la Universidad Católica de Quito y la Casa de la Cultura Nacional
** Escritor y gestor cultural anarquista. jsendara@hotmail.com

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