viernes, 25 de noviembre de 2011

Descolonizar el género


¿Nos podremos descolonizar indios y mujeres con esa caricatura de la
conducta de los opresores? ¿Será posible hacerlo a través de artificios
burocráticos o de las artes de la palabra, en la que también estaremos
condenados a imitarlos? ¿Se podrá descolonizar Bolivia si otros son quienes
elucubran, cocinan y nos dictan los contenidos de la Constituyente, si no
podemos ejercer en la práctica, una nueva forma de comunicación y de
conducta, una ética del pachakuti?
En la comunidad de Manasutiyux en los Yungas de Apolobamba, un
asentamiento que data de hace dos décadas, con sólo 50 habitantes, el 75 por
ciento son varones y el 25 mujeres. Allí se ha dado en años recientes una
situación curiosa: las mujeres han tomado el poder, y una de ellas tiene un
control casi total de la vida orgánica del Sindicato. En Manasutiyux habitan
cinco madres de familia, pero sólo dos tienen compañero. Una de ellas es la
esposa del Secretario General. Tiene un solo hijo y no puede tener más, tal vez
por ello goza de más tiempo libre y lo dedica a la política. Se crió como la única
mujer en una familia de seis hermanos, quizás por eso se defiende del mundo
masculino con más fiereza. En la comunidad, ella es la única que ha cambiado,
de pollera a vestido.
Hace algunos años, intentó tomar el poder en la comunidad, y lo logró
asumiendo el control de las decisiones en el Sindicato. El mecanismo fue
sencillo: se apropió del sello, el libro de actas, y la caja de recaudaciones. No
hay decisión que pueda aprobarse sin su venia, y ha logrado intimidar a la
comunidad para evitar la crítica. Mientras su esposo se ocupa de las chacras y
las formalidades de su cargo, ella se ausenta con el dinero de las cuotas, y
realiza en la capital provincial o en la ciudad, negocios personales de variado
calibre.
¿Es esta una mujer liberada, un prototipo de feminista práctica, de aguerrida
luchadora del género oprimido? No lo creo. En ella, como en el indio aculturado
hay un ser colonizado por el otro, por el dominador. El indio colonizado tiene
vergüenza de su origen e imita la prepotencia del q"ara , se vuelve llunk"u de
los poderosos y solapado para engañar a los suyos. El indio y la mujer
colonizad@s tienen conductas contradictorias: descargan en su compañera o
en sus hijos las iras de su frustración como personas sexuadas y como
ciudadan@s.
Tanto en la poderosa dirigente de Manasutiyux, como en el indio desleal a los
valores y normas éticas de su colectividad, anidan un ser profundamente
desgraciado, que ha internalizado las formas de dominación del enemigo. En el
fondo, ambos sufren de un severo malestar moral, que surge de su enemistad
consigo mismos. El haber internalizado al otro -al macho, al jefe; al q"ara , al
"decente"-- como modelo de conducta, equivale a admitir que son inferiores. Se
esfuerzan entonces por parecerse al enemigo, por aprender sus mañas y
usufructuar sus privilegios. Similares personajes, en la ciudad, suelen
encubrirse con una retórica de derechos étnicos, derechos femeninos y hasta
de posturas anticoloniales. Pero en el caso de la dirigente de nuestra historia,
ella se encubre de un modo más prosaico. Con la sola fuerza de su
personalidad para dominar al mini- estado de Manasutiyux, en lo más remoto
de los Yungas de Apolobamba.
¿Nos podremos descolonizar indios y mujeres con esa caricatura de la
conducta de los opresores? ¿Será posible hacerlo a través de artificios
burocráticos o de las artes de la palabra, en la que también estaremos
condenados a imitarlos? ¿Se podrá descolonizar Bolivia si otros son quienes
elucubran, cocinan y nos dictan los contenidos de la Constituyente, si no
podemos ejercer en la práctica, una nueva forma de comunicación y de
conducta, una ética del pachakuti, en la que la autoridad deje de ser
dominación y engaño, y vuelva a ser servicio a la colectividad?
No creo que lo logremos, si en los procedimientos, en los discursos, en los
sellos y en los enredos burocráticos, nos refugiamos en la maniobra o la
soberbia del dominador. No lo lograremos, si en la algarabía de palabras que
será la Constituyente, dejamos de escuchar a las colectividades concretas y
nos volvemos sord@s al susurro nuestro ser más íntimo. En esto, las mujeres
tenemos una enorme responsabilidad. Descolonizar el género no es dar la
vuelta la tortilla. Es recuperar la dignidad de lo femenino y de lo indígena, su
ética de responsabilidad hacia el mundo de los vivos -human@s, animales, la
pacha . De este profundo respeto y humildad frente al mundo -en sus
dimensiones materiales y sagradas--, emergerá un modo diferente de
convivencia y organización social. Nacerá un poder muy distinto del que
ejercen (o creen ejercer) las y los colonizados.
Y quizás, si le metemos mucho espíritu comunitario a este proceso de
descolonización, podremos al fin derribar las palabras vacías y construir una
nueva ética, un poder que sea de función, no de dominación, capaz de refundar
la noción de quienes somos, redefinir nuestra condición, primero como
personas y luego como ciudadan@s libres, habitantes colectivos de un país
descolonizado. ¿Será mucho pedirnos?
Por:SILVIA RIVERA CUSICANQUI

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